¿Por qué somos
prejuiciosos? ¿Acaso nuestros prejuicios negativos más perversos son meras proyecciones?
Las personas en mayor medida son prejuiciosas, en algunos casos positivos
(ensalzando al otro) o en otros, negativos (vilipendiando al otro), se puede
pensar que los prejuicios se elaboran a partir de lo que vemos (impresiones)
especialmente las acciones que emite el otro, o simplemente una imagen de algún
sujeto.
Aún en un círculo de
“amigos” existen los prejuicios. Por ejemplo, cabe la posibilidad de imaginar
una situación sobre la ingente cantidad de prejuicios que puede tener un
psicólogo, sin que ello implique que todos lo sean. Se juzga a la niña que
tiene relaciones sexuales muy a menudo, o como ellos lo llamarían (los
prejuiciosos) la “perra”, aquella niña que ha “tirado” con todos los hombres
del “círculo de amigos”, y que en su ausencia, hipócritamente cuestionan su
actuar. Al imaginar esta situación hipotética surge la pregunta de ¿no se
supone que los psicólogos están para entender al otro, para ponerse en los
zapatos del otro, antes que juzgar?.
O esos prejuicios son
meras proyecciones negativas que tienen las personas que juzgan a la niña por
su forma de proceder con los hombres, porque aunque no lo reconozca el
prejuicioso, ese juzgar simboliza la molestia, la ira, la frustración, la rabia
de no poder hacer, decir o actuar como lo hace aquella niña. De sentirse encerrado,
encadenado y aprisionado por la norma, por
la sociedad o por quien quiera que sea. Como aquel individuo que se encuentra
encerrado en un sitio lúgubre, sin luz, sin ventanas ni puertas, un lugar sin
salida, donde es casi imposible respirar y donde se pide a gritos ¡ser libre!. Donde el
único medio para sentirse mejor es eso: prejuzgar y gritar; porque el hacerlo, de algún modo lo
hace sentir mejor, aliviado, sosegado o para
decirlo de otro modo, ¡liberado!.
Al encontrarse
aprisionado y en la oscuridad, sus ojos se habitúan a ella. El prejuicioso no
puede ver, aunque lo intente, por mucho esfuerzo que realice, no logra
vislumbrar la luz. No puede ver, porque el prejuicioso se ha encargado de crear
aquel entorno, es el propio prejuicioso quien
crea las cadenas y la prisión. Esas mismas cadenas no le permiten al
prejuicioso inspeccionar e indagar sobre la veracidad de su afirmación, es
decir, de preguntarse si la palabra
“perra” no es más que un intento vacuo que refleja su propia frustración. Frustración
que se nota en la forma como lo dice; como una sentencia que no tiene
apelación, porque al prejuicioso le da piedra. Piedra de no poder ser como el
otro, o posiblemente, que le da piedra sus fracasos y, que ése fracaso lo descarga en
la otra persona, diciéndole “perra” a quien no merece esa etiqueta.
Sin embargo, la
limitación de no poder ver, se resuelve gracias a la imaginación porque con
ella el prejuicioso puede ver; mira cómo sus ideas fluyen, cómo sus ideas
tienen color, y mira cómo cada acción, cada palabra con que se juzga, encaja perfectamente
en sus rompecabezas. Al prejuicioso sólo
le gusta y le interesa mirar desde su punto de vista, no da espacio a otras
ideas, ni siquiera da cabida a la posibilidad de evaluar sus creencias absurdas
y, eso hace que las otras alternativas
se ignoren, por ejemplo, el de aceptar que es una proyección negativa.
El prejuicioso se
mantiene en una sola posición y los intentos de disgregar sobre su postura no
tienen éxito y resultan ser inocuas. Pero tristemente, todo lo que afirma se
traduce en una sola cosa: en una proyección negativa; porque lo que dice es
simplemente un deseo, un anhelo, un “yo quiero, pero no puedo”, una frustración
no reconocida, no dicha. De acuerdo con Lacan el sujeto se encuentra divido por
el lenguaje; el sujeto no encuentra la palabra apropiada que denote o se aproxime siquiera a
lo que pretende manifestar ante el otro, sino, que busca otros recursos por
medio de su cadena significante tratando de ocultar su deseo más apremiado y,
de no reconocer lo que “en realidad es”.
La frustración del
prejuicioso se hace notable por la forma en que se expresa, porque el
prejuicioso lo dice con ira, de forma agresiva, peyorativa, denigrante, soez o como se quiera decir. El prejuicios
pareciera no saber ( o es ingenuo) que al
prejuzgar proyecta en la otra persona lo que él no puede hacer, lo que el
prejuicioso no puede decir, de esta manera deambula por el camino del sólo
poder imaginar y pensar, pero solo eso; pensar e imaginar, pero no decir y
actuar.
La ventaja que tiene el
“juzgado” es que sin importar lo que afirme el prejuicioso, disfruta de las
cosas que el prejuicioso no puede (decir y hacer) y no sentirse “atado”. La ventaja
estriba en que el “juzgado” sin sentirse
encadenado o preso por la norma, piensa,
imagina, dice, actúa y, por último, disfruta de las mieles de la vida, “el
juzgado” disfruta de su existencia sin ataduras, sin limitaciones, es como es,
y punto. Por el contrario, el prejuicioso solo se queda a medio camino, es
decir, que el prejuicio piensa, imagina, dice…¡pero no actúa! Y eso es lo que
lo frustra y lo que proyecta al prejuzgar negativamente al otro con la etiqueta,
sin saber que posiblemente al prejuicioso le gustaría vivir la vida que lleva el
“juzgado”.
¡Antes de prejuzgar, es
mejor conocer!